En la entrada antepasada hablamos sobre la situación global de las mujeres en el ámbito laboral. Pero, ¿Cómo se ve el panorama en nuestro país? El problema en México es complejo y ciertamente a diferencia de países más desarrollados, no empieza desde lograr equidad de trato, sueldo y oportunidades de crecimiento profesional entre hombres y mujeres, sino de aumentar la participación de las Mexicanas en la actividad económica del país en forma de empleos formales o semi-formales pero sólidos y continuos.
Es indudable que la participación de la mujer en la actividad económica es fundamental para el crecimiento de la economía de cualquier país. Generar las oportunidades y garantizar la inclusión de las Mexicanas en el mercado laboral con empleos bien remunerados y de calidad es crítico para el desarrollo tanto individual como a nivel nacional, sobre todo en un contexto en el que como mencionamos en la entrada pasada, muchas se han visto afectadas negativamente por la pandemia y no sólo han perdido su trabajo, sino que también han tenido que dedicarse aún más al cuidado de los hijos o de la familia. Y es que también hay que recordar que las Mexicanas están sobre-representadas en algunas de las ocupaciones más afectadas por la crisis sanitaria, como el comercio minorista, el turismo, y el sector de la hospitalidad.
Pero incluso antes de la pandemia, en 2019 la participación laboral de las mujeres en México fue tan sólo del 45%, comparado con 77% para los hombres, una brecha de 32 puntos porcentuales. Si las mujeres participaran a la misma tasa que los hombres, el ingreso per capita del país sería 22% más alto. Los bajos niveles de participación femenina en el trabajo remunerado y el espíritu empresarial representan una gran pérdida de productividad y, por lo tanto, una pérdida en el Producto Interno Bruto (PIB).
La falta de acceso a insumos productivos son los mayores obstáculos para la participación laboral femenina, sobre todo el acceso a servicios de cuidado infantil confiable. El reciente cierre de muchos de esos centros en todo el país representa un duro golpe para miles de mujeres que han tenido que limitar considerablemente su oferta de trabajo debido a sus responsabilidades de cuidado en el hogar.
Por otro lado, el embarazo adolescente y la maternidad temprana continúan siendo un gran desafío para México. La evidencia señala que la maternidad temprana afecta negativamente los potenciales logros educativos de las madres adolescentes, lo que a su vez, reduce sus oportunidades en el mercado laboral.
Los esfuerzos que se han hecho en México para proteger e impulsar a las mujeres son numerosos pero todavía muy limitados y es poco probable que marquen una diferencia significativa en los próximos años. Pero no debemos cejar en nuestro empeño, aunque sea poco a poco es nuestra responsabilidad seguir intentándolo. Sería ideal que pudiéramos empezar por tomar consciencia y atacar las áreas de oportunidad más evidentes:
- Políticas de cuidado infantil
- Prevención del embarazo adolescente
- Políticas complementarias de cambio de normas sociales
Y en el sector privado, por medio de una cultura empresarial consciente y solidaria con las mujeres.